El té es originario de China, y se tiene registros de su
consumo desde el año 2757 A .C.
aproximadamente, milenios antes de que el té siquiera llegara a Inglaterra por
primera vez, en donde fue completamente desconocido hasta mediados del siglo
XVII. Es más, ni siquiera fueron los mismos ingleses quienes introdujeron el té
en occidente, sino que fueron los holandeses los que llevaron las hebras de té
por primera vez a Europa.
Fue la Infanta Catalina Enriqueta de Portugal
(1638-1705), flamante consorte del rey Carlos II de Inglaterra, quien introdujo
en 1662, en la corte Británica, la costumbre de tomar el té. Dentro de su dote,
además de un par de territorios en India y Marruecos, llevaba consigo, al llegar
a Londres, un baúl repleto de té traído directamente desde China y varios
servicios de porcelana. Y de hecho, fueron los Portugueses del siglo XVI
quienes descubrieron e importaron las hojas de té, adoptando su
consumo.
Y fue así como esta bebida comenzó a hacerse popular, primero
en los estratos sociales más altos, para luego comenzar a masificarse y
convertirse en la bebida más popular de Inglaterra y todo el reino. Más que una
simple bebida se convirtió en un símbolo de poder, produciendo a lo largo de la
historia, episodios sangrientos y despiadados, como por ejemplo, la "Guerra del
Opio”, que libró Inglaterra con China. Introduciendo el consumo y la adicción
al opio en el país de la Gran Muralla, fue como Inglaterra pudo satisfacer su
demanda interna de té y, ante las trabas puestas por el Imperio Chino,
Inglaterra estuvo dispuesta a hacer todo por conseguir su tan preciado elíxir.
Es curioso descubrir que una bebida tan british, en su origen no tuviera nada de inglesa ¿verdad?
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